jueves, 16 de enero de 2014

Entrevista de la revista Esperando a Godot, realizada por Víctor Malumian

Parte 1 on line en el blog de Esperando a Godot
http://www.egodot.blogspot.com.ar/2009/04/entrevista-walter-iannelli-primera.html

Parte 2 on line en el blog de Esperando a Godot
http://www.egodot.blogspot.com.ar/2009/04/entrevista-walter-iannelli-segunda.html


LUNES, ABRIL 20, 2009

Entrevista a Walter Iannelli | Primera Parte

¿Cómo es el proceso creativo en su obra? ¿Cómo surge la idea de un cuento?

De muy diversas formas. No creo que un cuento sea algo que uno se sienta a escribir y sale, y listo, aunque así parezca, sino probablemente algo que se va gestando en alguna zona a veces oculta e inaccesible al consciente, y que de pronto emerge en forma de situación o simplemente de tema, de idea. Quizá el cuento resulte la excusa para hablar de un tema determinado: un miedo, por ejemplo. Quizá ese miedo nos ha venido acosando desde hacía mucho tiempo, sin palabras aún, y un día aparece en nuestra cabeza una escena que puede representarlo metafóricamente de manera que quede dicho por abajo del texto. A veces apenas aflora en nosotros la sensación pelada, sin palabras (la sensación de miedo por ejemplo) y entonces el cuento es la intención de poner en palabras mediante una narración aquello que no podemos decirnos. A veces simplemente es una necesidad que obedece a algo que no podemos entender todavía, que quizá nunca entendamos. Trato de explicarme: creo que podríamos hablar en un cuento de tema y de argumento. El tema sería aquello de lo que queremos hablar, y el argumento la situación de la que nos valemos para representar, por acumulación, como si el cuento fuera una larga metáfora, aquello de lo que queremos hablar. Muchas veces, terminado el cuento, quizá evaluados ya los términos formales en los que se centra lo narrativo -es decir, que el cuento resulte un texto literario y cumpla con los requisitos formales-, puede suceder que no sepamos a ciencia cierta de qué estamos hablando, qué cosa allá en las profundidades de nosotros mismos nos llevó a escribir esa historia.

Al respecto pueden pasar cosas interesantes. Cuando el editor me acercó las galeras de mi último libro de cuentos, advertí que me faltaba agregar la dedicatoria más importante. El cuento Metano, el que le daba título al libro, estaba dedicado a mi madre que falleció hace poco tiempo. Sin embargo en ese momento me di cuenta de que debía sobre todo dedicárselo a mi padre, ya que se trata de la historia de un mundo en donde la gente a la hora de morir explota: mi padre murió en una explosión accidental cuando yo tenía 3 años. Ese dato, siempre sabido por mí, estuvo oculto en alguna zona de mí mientras escribía y aún mucho tiempo después de haber terminado el cuento. Sólo un instante antes de entregar las galeras corregidas al editor, advertí que quizá esa explosión me hizo imaginar, cuarenta años después, un mundo donde el fin del mundo de cada uno de nosotros era un estallido.

En algunos otros cuentos “aquello” que molesta, obsesiona o necesitamos exorcizar puede estar más a la vista. Cuando mis hijas eran muy pequeñas, siempre tuve miedo de que alguna se ahogara en la bañera. Parecía improbable tal circunstancia. Cualquier padre receloso de sus hijas haría lo suficiente para cuidarlas para que eso no sucediera. Sin embargo, esa facilidad con que parecía que podía acometerse la empresa de evitar que un hijo se ahogara en 40 centímetros de agua, no cerraba las puertas de la fatalidad. De manera que aún así, un avatar, un hecho fortuito, dejaba abierta una brecha al horror que conducía a la tragedia, pero más todavía a la vergüenza del absurdo. Cualquiera de nosotros preferiría morir de un modo lógico, y no porque el taco del zapato se quedó atorado en las vías del tren y no pudimos zafarnos. La escritura de la historia de un chico que se ahoga en la bañera me liberaba de alguna manera del peso y el dolor, o al menos me permitía asumirlo, pero también me planteaba un problema de orden metafísico , que fue el que, estimo, justificó la existencia literaria del escrito: cuando Dios o el destino, digamos, son causantes de la tragedia, la muerte adquiere una lógica, y es más fácil de digerir, ¿pero qué pasa cuando lo somos nosotros mismos por negligencia? Es más fácil echarle la culpa al destino que tener que asumir la soledad en la que acertamos o nos equivocamos. De este modo, un personaje de este cuento se pregunta si no será mejor manipular la verdad y modificar piadosamente los hechos para que Dios sea el responsable de todo.

En fin, todos los cuentos obedecen, supongo, a más o menos secretas obsesiones, que a veces se me ponen de manifiesto, y otras no. Debería charlarlo con mi terapeuta.


Algunos escritores se sientan todas las mañanas a escribir o corregir, otros prefieren esperar a que una idea los movilice ¿Cómo es su metodología de trabajo?

Quise tener una metodología de trabajo, quizá la tuve alguna vez, pero ahora no sé si la tengo.
El tiempo que tengo para escribir, que me gané con sudor y lágrimas para decirlo retóricamente y que es bastante por suerte, a veces no lo uso todo para escribir. ¿O sí? A veces escribo dándole de comer al gato, viendo cómo crece el geranio, mirando por la ventana, haciendo cosas manuales o simplemente haciendo nada. En ese estadío en que las cosas todavía no tienen palabras me tomo mi tiempo de escritura como un tiempo de recreación hasta que aquello que me da vueltas por la cabeza cobra tanta fuerza que me hace sentar en la silla y apretar la primera tecla. Entonces escribir ya no es un acto volitivo, sino una necesidad de sacarte de encima u ordenar aquello que te inquieta, de darle una forma estética quizá.

Muchas veces intenté la contraria. Decidido a convertirme en un escritor, me senté largas tardes frente a la Olivetti o la PC a obligarme a ser un genio. Fueron momentos duros, en los que es muy fácil sentirse un verdadero idiota: la voluntad no nos hace más talentosos, salvo en lo que respecta a la gimnasia de la escritura, de por sí importante. Pero no es la voluntad la que nos va a deparar la necesidad de escribir y sin necesidad de escribir no somos escritores, del mismo modo en que no somos lectores si no tenemos ganas de leer. La voluntad sirve, sí, cuando aquello que nos acosa ya se ha convertido en nuestro mundo y no distinguimos lo que pasa en la calle de lo que pasa en nuestra pantalla; sirve cuando son las cuatro de la mañana y no le encontrás las palabras a una página aunque estés seguro de lo que querés decir, sirve cuando nadie te da bola y sin embargo pensás que podés escribir un gran libro. Pero si adentro, no tenemos a alguien capaz de dejarse ganar por la sugestión, alguien que se permite dudar, alguien que pueda aferrar con una mano el corazón del deseo, es difícil que podamos escribir y disfrutarlo. Y el día que deje de disfrutarlo, no escribo más.

De modo tal que sí, también ahora durante períodos me siento regularmente a escribir, no en horarios muy exactos, pero casi siempre cuando “algo” más allá del mero tener que hacerlo me impulsa.


¿Cómo decide el nombre de un libro, qué importancia tiene para ud el título y qué alcance cree que tiene en el lector?

Linda pregunta, difícil de contestar.
La primera respuesta sería desde su posible inclusión en el mundo de los libros. Este último libro de cuentos tenía otro título que cambié a sugerencia del Editor. Quizá hice bien, no sé. Pensé que quizá era mejor un título corto, que la gente pudiera recordar, un sustantivo, a una construcción de varias palabras que ni se pudiera buscar en google. En esos términos digamos que se podría hablar de microscópicas operaciones de mercadeo en un mercado casi inexistente como es el de la literatura argentina. Por otra parte siempre pensé en libros que me habían gustado muchísimo con títulos horribles, previsibles o demasiado denotativos. Por lo general, hablando de cuentos, nunca encontré que el cuento que le diera el nombre al libro fuera el que más me gustara. De modo que supongo que concluí que una cosa era el título de un libro tomado de uno de los cuentos y otra la elección de un título de un cuento para que éste como cuento representara la totalidad.

Creo que el alcance que tiene un título para el lector está relativizado por muchas cosas. En principio por la exposición que tenga el libro en librerías, en segundo término por la repercusión en los medios. El título tendrá ahí sí alguna importancia: en la medida que el lector pueda acceder a su conocimiento.

En materia estética, la respuesta es más simple: me gustan los títulos que carecen de un sentido determinado, aquellos que se irán cargando de sentido en la medida que el texto transcurra. Ahí ya no importa si el título es corto o largo, fácil o difícil de recordar. Lo que importa es que el título empiece a cobrar significado con la lectura, como si fuera una metáfora muy sintética de lo que hay entre las tapas.

MIÉRCOLES, ABRIL 22, 2009


Entrevista a Walter Iannelli | Segunda Parte

¿Tiene en mente a un lector “tipo” al momento de elegir las palabras para un escrito?

No, o sí, otra vez. En verdad pienso en un lector parecido a mí, y escribo aquello que supongo me gustaría estar leyendo o, como pareciera obvio pero no siempre lo es, lo que me interesa escribir.
Las palabras elegidas para escribir obedecen casi siempre a necesidades de la obra, al tono, a la construcción de identidad de la voz narrativa, a la estructura elegida para narrar un determinado episodio, a la búsqueda de un ritmo propio para cada situación o a la variación de esos ritmos en relación a lo que se está contando, es decir, en suma, supongo que a cuestiones de oficio.
Sin embargo todas esas variables, inevitable y creo que felizmente, son procesadas por la cabeza de cada quien que escribe, con su vida, su lenguaje y con su retórica a espaldas, y de eso estimo deviene el modo de escribir de cada uno.

Se entiende que un autor puede desarrollar un estilo propio o rasgos distintivos, y ése camino me resulta más interesante que el de buscar un lector que ya obedezca a determinados códigos. Prefiero ir por el intento de inventar a un lector para mis textos, en definitiva, aunque resulte un camino mucho más difícil y a todas luces menos redituable en sentido práctico.

En Metano se puede observar una predilección por el realismo como forma de expresión, ¿lo ve como una constante en su obra?

Preferiría no hablar de realismo en Metano, sino de un tratamiento de la realidad que consistiría en un progresivo estiramiento de sus límites. Una “realidad estirada” que explore los bordes de sí misma en la búsqueda de aquellos lugares o momentos que sin llegar a ser fantásticos pueden parecerlo de tan absurdos o impensados. En el prólogo a “La línea de Sombra”, esa magnífica novela de Joseph Conrad, el mismo autor se encarga de hacernos notar que la realidad es tan compleja y que sabemos tan poco de ella, que si nos animamos a explorarla no haría falta inventar argumentos fantásticos para que una historia nos inquiete y sorprenda. La duda metafísica y la ingenuidad son de algún modo madres y herramientas fundamentales para esta exploración, que a veces tiene resultados inesperados.

De cualquier modo, si Metano pudiera inscribirse en la categoría de libros realistas, diría que no es una constante en mi obra, al menos la cuentística. Mi libro de cuentos anterior, “Alguien está esperando” propone algunos juegos donde lo fantástico aparece en muchos textos. Siempre me interesaron las formas en que el elemento fantástico era introducido por determinados autores en su obra. El fantástico liso y llano puro y desmesurado de S.King, El fantástico ambiguo que aparece progresivamente en la realidad cotidiana de Cortázar, el fantástico del entresueño y la vigilia de Borges y Macedonio, El realismo mágico de Rulfo, la realidad contaminada de Salinger, de Onetti y Faulkner, lo fantástico desde la imposibilidad de Kafka y el fantástico ingenuo de Bradbury, por ejemplo. Son todos modos de acercarse al fantástico, que para mí no es otra cosa que explorar la realidad. En la intención descarada de copiarlos a todos y a cada uno escribí y busqué –y busco, debería decir- mis propias herramientas para no hacer otra cosa que especular acerca de la naturaleza de la realidad. Sin ir más lejos, mi última novela, aún inédita, se llama “La invención de lo real”. Quizá, entonces, la apuesta estética cifrada en Metano esté en la intención de trabajar un registro que no inserte “lo extraño” de un modo imprevisto, tajante y puntual, sino que aquello extraño o inquietante se vaya naturalizando, “realizando” podríamos decir, en forma paulatina, contaminando de a poco de la subjetividad, el pensamiento mágico y la, para usar un término sicoanalítico, propia fantasmática de los personajes. Para el caso, Sanpaku, mi primera novela, tuvo esa guía como estímulo.

Metano tiene un anclaje en las relaciones interpersonales, ya sea hacia el interior de una pareja, entre colegas, entre sujetos con diferentes niveles de poder. ¿Cuáles piensa que son sus temas recurrentes? Aquellos que lo obsesionan.

Otra linda pregunta (siempre las preguntas lindas son las más difíciles de contestar).
Trataré de hacer un listado de temas que me obsesionan u obsesionaban (confieso que para hacer este ejercicio tuve que pensar en lo que había escrito):

1) El deseo desplazado. Esa cosa de que siempre queremos lo que tiene el otro, y cuando obtenemos lo que tiene el otro queremos lo que tiene el otro de más allá, y así indefinidamente.
2) Como dije, la naturaleza de la realidad (incluidos los universos paralelos, la posibilidad de que seamos otros en “otros lados”).

3) Las relaciones entre personas (parientes y no). Vínculo, poder y sometimientos varios.

4) Los niños, su tiranía, su fragilidad, su sufrimiento, su capacidad para ser todo el tiempo aquello que nosotros adultos nos esforzaremos mucho por alcanzar a ser algún día.

5) Lo increíblemente a mano que está para nosotros la posibilidad de disponer de la vida de otra persona.

6) La fe y los dilemas de la religión. La culpa, los mandatos y la necesidad de un dios.

7) La probable existencia del amor o la necesidad de inventarlo emocional y conceptualmente en el caso de que no existiera.

8) La imposibilidad o la posibilidad de que todo se complique a extremos indecibles (éste me quedo de Kafka –también, viviendo en Argentina…).

9) La paradoja en todas sus formas.

10) La idea de que alguien pueda estar pagando con su sufrimiento la felicidad de otro, como un modo de sostener un orden cósmico.

11) El miedo, siempre el miedo en todas sus formas.

12) Coger y Morir, que, como decía Pizarnik, no tienen adjetivos.


¿Cuáles reconoce como sus principales influencias contemporáneas y por qué?

No tan contemporáneos, fueron parte de mi formación entre los que no nombré el sueco Sam Ludwal, Stig Dagerman, Raymond Carver, Conrado Nalé Roxlo (un monstruo autóctono de exquisita escritura y humor), José Donoso ( por su mirada panorámica y su capacidad para hacerme vivir lo que estaba leyendo), Joaquín Giannuzzi (un poeta que creo que todo narrador debería leer, por la virtud de unir los mundos aparentemente disociados de la cosmogonía poética y la cosa cotidiana con un discurso brutal y bello a la vez), Úrsula Le Guin (porque toda su literatura es “una mano izquierda de la oscuridad”), Plilip Dick, Philip Farmer, Arthur Clarke, Haroldo Conti (otro monstruo de los nuestros).

De los más contemporáneos una breve lista:
Marcelo Cohen, porque me interesa su búsqueda a través del trabajo sobre el lenguaje y los argumentos.
Paul Auster, forma y contenido, sin aspavientos.
Abelardo Castillo, por mantener la despreocupación por la moda y la solidez de los grandes cuentistas.
Mis amigos Alberto Ramponelli y Emilio Matei, dos narradores estupendos.
Rogelio Ramos Signes, porque aún estoy tratando de plagiar su nouvelle “En los límites del aire, de Heraldo Cuevas”.
Juan José Saer (a veces hay que leer 100 páginas para que explote, pero cuando explota uno entiende para qué se escribieron esas 100 páginas).
Algunos intentos de Aira y Laiseca, capaces de escribir cosas tan buenas como tan malas.
Y seguirían muchos más.

¿Qué está leyendo hoy por hoy?

Dos regalos que me hicieron. Uno de mano del editor: El Canon de Leipzig de Luis Sagasti (lo acabo de terminar, me gustó mucho). El otro de manos del autor: Guerrilleros, una salida al mar para Bolivia, de Rubén Mira (recién lo empiezo y me encanta).

miércoles, 27 de noviembre de 2013

Ropa sucia

De las memorias nunca escritas (por suerte): cuando vendí la parada de diarios compré el fondo de comercio de una lavandería de ropa. No me fue nada mal. Mientras tanto escribía, coordinaba mis primeros talleres literarios y publicaba algunas cosas que más tarde escondería. Era una época en la que pensaba que nunca se acabarían las ganas de escribir y que alguna vez podría dejar todo para dedicarme a la literatura. Ayer, mientras manejaba por la Panamericana bajo la lluvia, tuve un presentimiento que podría haberme ensombrecido, y sin embargo cayó con la misma naturalidad con la que caía el agua: el asombro puede agotarse, pero siempre habrá ropa sucia.

viernes, 10 de mayo de 2013

Reventando Paradigmas

 “Dónde ha quedado la sabiduría que nos fue quitada por el conocimiento, dónde el conocimiento que nos fue quitado por la información”, dicen que decía Thomas Eliot. En base a estas maravillosas relaciones de términos, me cansé de opinar por mucho tiempo, cándidamente, que el conocimiento nos había hecho menos pensantes y que la acumulación de información había barrido con laposibilidad de hacerse “sabio” relacionando esos elementos que el conocimiento nos había brindado, y que, de de hecho, la información no me importaba demasiado harto de encontrarme con gente llena de ella y sin embargo puntos de vista deplorables. Estuve guiado quizá por este concepto -como el Napolitano analfabeto de Rayuela de Cortázar, que salía todas las tardes a la puerta a mirar el tornillo que había dejado en la vereda-, hasta que esta mañana escuché por radio una encuesta en la que una chica que decía estar en tercer año de universidad declaraba saber quién era Carlos Bianchi pero no quién era Jacques Cousteau (y no me digan que si estudiara administración de empresas no tenía por qué saber quién era el más famoso de los divulgadores del mundo submarino -menos mal que no le preguntaron por Derrida o Houellebecq-).
Me quedé pensando en que sí, que a veces la información, cierta información, una mínima, quizá recortada o calificada, era importante. Veo todo el tiempo cómo gente que no necesariamente me merece respeto saca conclusiones muy rápidamente sobre temas o cuestiones que ameritan o ameritarían no sólo un profundo análisis, sino información y conocimiento acerca de los hechos y verdades cuya relación pensada nos debería permitir en el mejor de los casos acercarnos a algún tipo de sabiduría. Y me doy cuenta de que me he sumado, silenciosamente, al grupo de los que tardan mucho tiempo en sacar conclusiones, al grupo de los que necesitan leer todo el expediente antes de expedir posición determinada. Al grupo de los que una vez que llegan a alguna conclusión todavía se permiten dudar, porque es un estadio que ha costado mucho trabajo.
Y entonces volví a pensar en esa chica universitaria, y en otra tanta gente que con tan poco anda revoleando por ahí su feta ontológica de verdad, y en el Napolitano y su tornillo y, como era natural, no supe con quién quedarme hasta estudiar bien el asunto.


domingo, 3 de marzo de 2013

Por qué escribo (5 entrevistas a Walter Iannelli para el diario Compromiso, y las revistas Remolinos, Con Letras se Vive, Perros Sueltos y Artes y Letras.

Entrevista a Walter Iannelli realizada para el diario Compromiso, por Norah Lorenzo (2007). 

Tenés editados tres libros, uno de cuentos, una novela, y el último de poesía. Tres géneros diferentes, algo particular, ya que no todos los escritores suelen transitar las diferentes formas literarias. ¿En cuál de los tres géneros te sentís más cómodo escribiendo? (¿Te sentís más poeta que narrador, o viceversa?), ¿Qué es lo que te decide a la hora de escribir qué tipo de forma textual vas a utilizar?


Tengo cuatro libros editados y mucho editado parcialmente. Me siento increíblemente cómodo e inteligente escribiendo cuento o relato, a veces tonto o cursi pero emocionado escribiendo poesía, y pisando huevos y desorientado cuando escribo novela. Cada género me presenta un atractivo y su contracara, su desolación, digamos, y como soy por naturaleza inconformista cuando estoy cómodo en un género me voy a escribir otra cosa para sufrir un poco, o para probarme supongo. Sin embargo, a veces se da a la inversa. Por ejemplo, ahora estoy terminando un ensayo acerca del oficio de escribir, que, podría decir, se escribió solo, o lo escribió un yo que escapó de a ratos y por un período prolongado de otras cosas que estaba escribiendo y que le producían malestar. Cabría decir, que lo que me decide es algo que está más allá de mí, o de un yo conciente. Claro, también tengo en cuenta la utilidad de los géneros literarios para decir tal o cual cosa. Digamos que cuando no encuentro aquello que quiero decir en unas pocas líneas, me decido por la metáfora por acumulación, que podría ser el relato o la novela, una suerte de metáfora global, que, en muchos casos, suele ser más efectiva que algunos poemas porque resulta más difícil que arbitre sobre la inteligencia del lector o soporte la urgencia del autor. De otro modo, creo que escribir un poema no arbitrario que no resulte una retahíla de pretendidos lugares poéticos, un poema que no se lleve por delante la idea, un poema que invite como si fuera el propio lector el que lo hubiera inventado, no es para todo el mundo. Cuando pienso en eso –la mayoría de las veces-, narro. 

En la Antigüedad la lírica, que abarcaba la poesía y la narrativa (epopeya), tenía una función educativa, didáctica, más popular. Luego el poeta de la “modernidad” se separó de esta función. ¿Cómo ves en el mundo actual la relación entre literatura y sociedad? ¿Crees que el escritor debe cumplir un rol social?

Yo no creo que el poeta de la modernidad se haya separado de la función “educativa”. Pienso que la sociedad se ha separado del poeta, en todo caso. Es cierto que la literatura se ha hecho menos enunciativa, menos didáctica y menos cargada de moraleja, pero aquello que la ha hecho menos popular, sobre todo, creo, es al parecer el nivel de necesidad que tiene la sociedad de la literatura misma. Hoy hay mucha gente que parece funcionar a la perfección con un televisor y el delibery. En cambio, aquellos que gustaban de la llamada lírica no podían vivir sin la aventura, sin la mística y el mito, etc. La epopeya ha sido telúricamente reemplazada por el fútbol: no hay imagen más parecida a la de un gladiador que la de un número 9 entrando al área con pelota dominada. Hemos trasladado los signos y los símbolos, los hemos degradado o modernizado, o los hemos hecho nuestros, quién sabe. Pero tengo, sí, la sensación de que algo se perdió en el camino. La demostración está en que ya no hace falta un sabio para contar la epopeya y los misterios de ese hombre mítico que con un conjunto de valientes cambió el corazón de la historia. Ahora alcanza con las 80 palabras que domina un comentarista deportivo.
(El eslabón que une a esta “sociedad doblada”, en ciertos términos, sería algo parecido a los escritores que escriben, por ejemplo, sobre fútbol, tratando de rescatar, más allá de quien haya ganado el partido, aquello que se desprende de la gesta por afuera de las acciones mismas). 
Creo, pedantemente, que el escritor cumple una función social desde el momento mismo en que escribe. No hay nada más saludable, pacífico, desalienante y democrático que el arte, mal que les pese a muchos. No importa acerca de qué escriba, pinte, teatralice o haga música. Si todos estuvieran haciendo lo mismo, o construyendo paredes, o bordando, o cocinando, habría menos gente jodiendo a otra gente o quedándose con lo que no les corresponde. Por otra parte, si la literatura sirve para denunciar a esos hijos de puta, bienvenida sea. 

En un mundo donde la lista de libros, en diarios y suplementos literarios, no habla de los mejores sino de los más vendidos y que muchas veces el lugar no lo ocupa la ficción ¿es difícil siendo escritor sentir que se ocupa algún lugar? ¿Cuándo se escribe se piensa en un lector ideal, y hasta dónde uno quiere que lleguen sus libros?

Bien. Yo escribo porque siempre quise ser como la única gente que admiré: ciertos escritores. De modo que no me importa si Mirta Legrand no me invita a comer por no resultarle mediático. Pero sí me importa el reconocimiento de mis pares, y de los buenos lectores, por supuesto. Me resultaría difícil cifrar mi felicidad en patinar en lo de Tinelli. Un día Joaquín Giannuzzi me invitó a su casa y leyó todo un libro mío de poesía en voz alta, a contraluz de una ventana. Ahí sentí que ocupaba un lugar. Claro, debo admitir que Joaquín me parece un gran poeta, quizá de los mejores, pero que compré sus obras completas en una liquidación de Mar de ajó por $ 5.- porque en Buenos Aires no había vendido ni mil libros. ¿Qué mérito tendría para Guido Suller, por ejemplo, mi hazaña?
Claro que me gustaría ser popular. Una vez, el padre de una amiga, días después de haber leído mi novela que ganó el Premio del Fondo Nacional de las Artes, me dijo: “Pero escuchame, Pibe, vos tenés que escribir historias de esas que se venden como pan caliente, un poco de sexo, tiros”. Yo lo miré a la cara. El tipo estaba colorado por el sol y el vino, le salía la sinceridad por los ojos. Y yo no había disparado ningún tiro en mi novela, la única escena de sexo era “artística” y cifraba su tensión en el momento en que pasado el deseo sexual el mundo parecía abrirse de nuevo a los sentidos y no al momento en el que el personaje estaba pensando con el pene (cosa que me parece muy artística también, si se la sabe contar). Entonces le dije: “A ver, nombrame dos escritores argentinos vivos”.
El tipo levantó las cejas y se echó diez centímetros hacia atrás como si yo le hubiera tirado un gancho de zurda. Tartamudeó: “Sa-Sábato”, dijo. “Bien”, le dije, “¿y el segundo? Lo esperé por más de dos minutos, hasta que bajó la cabeza. “¿Te das cuenta?” le dije, “¿Cómo voy a vender libros con tipos como vos que al único que conocen es a Sydney Sheldon?”. La gente, por ejemplo, va a la feria del libro como van el domingo a la iglesia. ¿Y el resto de la semana, cómo se portan? Ven bailando por un sueño. 
Me gustaría claro, ser un escritor popular, pero no a costa de lo que escribo. Por otra parte pienso que la lista de best séller está generalmente encabezada por tres tipos de escritores: los hay buenos, que por alguna maravillosa razón al llegado al mercado, los hay buenos, que por una oscura razón se han rendido al mercado, y en su mayoría hay de aquellos que escriben aquello que la gente espera encontrar en un libro y tienen, ergo, un público que prefiere reafirmar sus convicciones con un libro que les dé todo el tiempo la razón, que enfrentarse al poder subversivo de un libro que les mueva el piso o los obligue a ciertos replanteos.

¿Qué escritores clásicos admiras en narrativa y en poesía?

Góngora, Quevedo, Miguel Hernández, Eliot, Prevert, Graves, Thomas, Huidobro, entre muchos otros en Poesía. Camus, Salinger, Arthur Clarke, Dick, Onetti, Donoso, Felizberto Hernández, Borges y Cortázar, por supuesto. 

¿Cuáles son tus lecturas en la actualidad? ¿Lees a tus contemporáneos? ¿Qué opinión te merece la narrativa de hoy nacional e internacional?

Leo hasta el prospecto del ibuprofeno. Pero eso no quiere decir que me guste todo. Tuve épocas o mejor dicho décadas para todo. Quizá las más importantes fueron aquellas en las que descubrí todo el boom latinoamericano, y la otra, en la que descubrí toda la literatura fantástica, fundamentalmente norteamericana con Lafertty, Clarke, Dick, Farmer, Le Guin, etc., y también algún otro como el sueco Sam Ludwall. Sí, leo a mis contemporáneos. En términos internacionales mi último descubrimiento fue Auster (aunque ya lo habían descubierto muchos antes que yo), pero me decepcioné con otros, como el caso del premio novel de literatura sudafricano. En términos nacionales creo que lo mejor también tiene lo peor, como podrían ser los casos de Aira o Laiseca, pero prefiero eso a la literatura correcta o “contenida”. Tengo también algunos amigos desde la admiración y el respeto que escriben muy bien, como Emilio Matei y Alberto Ramponelli. Y otro que falleció hace poco, Fernando Morales. 

¿Cómo y cuándo surge en vos la necesidad de expresarte a través de la palabra escrita?

Supongo que desde muy chico, cuando quise imitar a esos tipos que me hacían sentir escalofríos con lo que escribían. Empecé en tercer grado después de leer el gato negro de Poe y el Dr. Jeckyll y Mr. Hyde de Stevenson.

Has sido distinguido en varias oportunidades con premios y distinciones. ¿Qué opinas de los concursos literarios, crees que de alguna forma los grandes premios ya están arreglados con antelación, teniendo en cuenta algunos hechos que se han sucedido al respecto.? ¿Le sirve al escritor participar de estos concursos?

Hay concursos que parecen estar supeditados a reglas no del todo literarias, sobre todo aquellos impulsados por empresas comerciales. De esos, claro, desconfío. Pero creo en los concursos oficiales. Creo que al escritor le sirve participar en ellos (porque en una de esas alguien se equivoca y lo premia), siempre y cuando no crea que si no ganó se termina el mundo. 

En una oportunidad Miguel de Unamuno recibió un premio de mano del Rey Alfonso XIII junto a un discurso acerca del merecimiento de este premio por parte de éste. A lo que el escritor le respondió “Muchas gracias por este premio que me merezco tanto”. ¿Crees que el escritor necesita del reconocimiento? ¿Cómo te sentís vos con relación al halago?

Sí, el escritor necesita el reconocimiento. El tipo trabaja solo, y el oficio lo acostumbra más a la humillación y a la derrota que al triunfo. Cuando logra una buena línea no tiene nadie con quien abrazarse y festejar, ni un mísero alambrado para colgarse a gritar. Por eso viene bien que de vez en cuando te soben el lomo y te digan que no estás trabajando en vano, que a alguien le gusta lo que hiciste. Incluso es muy bueno que te llamen los colegas para decir cuánto les gustó tu último libro. Si total, después, te sentás de nuevo a escribir y comprobás que la humillación y la derrota son espacios en blanco que tenés que cubrir de nuevo, todos los días como un Sísifo que está condenado a llenar una hoja por la eternidad (me puse lúgubre, perdón). 

En tu novela Sanpaku, vos hablas de un tipo especial de ser humano, casi con descripción científica. ¿Qué es un sanpaku, existe realmente alguna teoría psicológica o médica acerca de esto, si es así realizaste alguna investigación al respecto o es completamente ficción?

Sí, Sanpaku es una palabra japonesa muy asociada mundialmente con la medicina macrobiótica, que nombra a los individuos que sufren ciertos trastornos por problemas con su alimentación. Yo tomé la idea e intenté reeditar místicamente su significado cruzando elementos de diferentes religiones, el esoterismo, la filosofía, la medicina tradicional y la seudo medicina con la vida de un tipo común y corriente que se va entreviendo preso de ciertos influjos extraños que transforman además el accionar de su entorno. Fue un ejercicio divertido porque traté todo el tiempo que se diera un “estiramiento de la realidad”. Es decir, traté de hacer cada vez más extraña una realidad cotidiana, en vez de optar deliberadamente por un tratamiento fantástico puro.

El título de tu libro de poesía es bastante particular “Zumatra y la mecánica de tu corpiño” Seguramente el lector descubrirá el misterio de Zumatra al leer el libro; pero qué simboliza para vos Zumatra? Y por qué la elección de ese título?

Porque Zumatra es Argentina, pero tiene todos los componentes del sueño, de lo inasible, de lo que se ve pero no se puede tocar, como pasa en los espejos. Y hay también algo que tiene que ver con lo identitario: Zumatra es un país como el nuestro, en el que veces no sabés quién sos, un país que está lejos y cerca, que tiene cosas entrañables y otras muy sórdidas.

¿Te identificas con alguna corriente poética en particular?

Me gusta la poesía conceptual, aunque me quedo con esta maravillosa definición de Marco Denevi: “La poesía no es el pensamiento mismo, sino la onomatopeya de ese pensamiento”. 

¿Lees poetas contemporáneos, cuáles te gustan?

Leo, sí. De los vivos, sobre todo Irene Grus y Arturo Carrera. 

¿Crees como decía Giannuzzi que en el poema importa más lo que no se dice?

Sí. Por eso es tan difícil escribir buena poesía. Si el poema enuncia lo que quiere decir jamás podrá comprometer emotivamente al lector. Aquello que no se dice, entonces, estará fundado por aquello que sí se dice (como en la teoría del Iceberg de Heminway) y terminará diciéndose en la cabeza del que lee pero ya fuera del poema. Ése será entonces un buen poema. 

En la actualidad se publican muchos libros de poesía, aún cuando “la poesía no se vende”, ¿ Por qué crees que se da este fenómeno? ¿Pensas que esto es valioso o la palabra de algún modo nos está devorando?

Un amigo me dijo una vez: “ya que mi poesía no se vende, ergo, no funciona como instrumento de representación, al menos que sirva como instrumento de autoconocimiento”, y es así como siguió escribiendo y publicando. Me parece que en poesía, como dice Mugica, “la paradoja es la lógica de lo esencial”. Hay más poetas que lectores de poesía (ni hablar de lectores puros de poesía), y quizá se publica mucho más de lo que se podría leer. Creo que hoy es relativamente fácil publicar y eso hace que debamos navegar entre un mar de letras hasta que encontremos algo que queramos comprar. Sin embargo, esto garantiza algún modo de pluralidad y democracia (está claro que esto genera un montón de poetas de oficio, pero.., cada cual publica lo que quiere, cada cual elige lo que lee). 

Para finalizar, vos naciste y te criaste en Haedo, ¿qué recuerdos te trae esta ciudad, de alguna forma esta pertenencia se refleja en tu escritura?

Todo. Uno escribe con lo que es, con lo que lleva a espaldas. Yo llevo a espaldas la calle Fassola, la estación de tren, los amigos, las tardes de fútbol en los baldíos que hoy son barrios elegantes o Monobloks. El club 13 de abril, la escuela 23, el comercial 2. No sé si hay referencias concretas a Haedo en mi escritura, pero Haedo está detrás de cada palabra, porque cada palabra se hizo en Haedo. Me acuerdo, por ejemplo, que de muy chico me encerraba en el lavadero de la casa de mis viejos, en Fassola y Los Andes, a repetir una palabra hasta que la palabra perdiera sentido. Hasta el sentido perdido de ciertas palabras se quedó en Haedo, para siempre. 


***

        Revista Remolinos (Lima, Perú), por Paolo Astorga

Entrevista a Walter Iannelli para la revista Remolinos*, por Paolo Astorga
* Esta entrevista también se puede leer on line enhttp://galeon.com/remolinos26/index_p243.htm
¿Desde cuándo comenzó a escribir?
Desde que tengo ocho años, más o menos. Mi padre falleció en un accidente cuando yo tenía 3. A los ocho, entre sus cosas, encontré una vieja edición que contenía "El gato negro" de Poe y "El Dr. Jekyll y Mr. Hyde" de Stevenson. La impresión y el vértigo que me causó esa lectura hizo me sentir que yo quería provocar eso en la gente (claro, quién sabe si lo logré alguna vez).

¿Qué es para usted la Poesía?

El modo de intentar "ver con palabras", como decía William Blake. Un modo también de intentar descubrir, escribiendo, lo que uno quiere decir en un terreno donde no vale hablar de lo que ya sabemos.

Cuéntenos sobre su vida, sus obras, sus proyectos, su actividad literaria.

Bueno, la vida de un tipo que pretende escribir y vivir de eso no es fácil, como ustedes sabrán de sobra. Es difícil hacerle entender al entorno, cualquiera fuera éste, que mirar por la ventana puede convertirse en una ocupación aceptable y menos que ésta pueda ser alguna vez rentada. Sin embargo, poco a poco, lo voy logrando, no con la venta de mis libros, sino con ciertas ocupaciones que indudablemente devienen de ellos. Mi proyecto más importante es convertirme en un viejito apacible que lee en camiseta sin culpa y sin cargo -a contraluz de una ventana, grande, en lo posible-. Ver crecer a mis hijas, y poder advertirles a tiempo que leer y escribir es una gran vida más allá de los resultados. Mi actividad literaria tiene ambigua carnadura: cuando escribo voy para grandes cosas, cuando voy hacia grandes cosas me acerco al viejito que lee a contraluz en la ventana.

¿Cómo define su poesía?

Me gusta lo concreto y lo abstracto, como representación de que el mundo es uno solo y está hecho de eso supraterrenal que nos quita el sueño y la alarma de mi coche que se dispara cada vez que un colectivo le pasa cerca. Trato de que esos "estadíos" del mundo se encuentren en lo que escribo.

¿Cómo ve la nueva poesía de estos últimos tiempos?

Bien, como siempre. Son más los que escriben que los que leen, pero es mejor que estén escribiendo a muchas otras cosas. Escribir buena poesía no es nada fácil, y por eso respeto hasta la devoción a los buenos poetas. A los malos, los miro con cariño y los incentivo a seguir escribiendo en la medida que puedan, porque como decía un viejo amigo: "si tu poesía no logra ser un instrumento de representación, al menos que lo sea de autoconocimiento". De modo que, creo, el ejercicio de la poesía y el arte en general ha sido bueno en todos los tiempos.

¿Es necesario que el escritor sea un hombre comprometido?

El escritor por definición es un ser comprometido, en la medida que está ocupando conciente o inconscientemente un lugar de vital importancia en la construcción de la realidad. Lamento, eso sí, que la televisión vaya en primer lugar al respecto.

¿Cuál es el fin de su poética?

Meter el dedo en la llaga con arte y elegancia cuando nadie está mirando.

¿Cuáles son los autores que influyen en su obra?

Dado que también soy narrador, debería nombrar al menos a los argentinos Roxlo, Cortázar, Giannuzzi, para hablar de diferentes generaciones y a Donoso, Dick, Miguel Hernández, Camus, Auster, Salinger, Onetti, Prevert y Graves, entre muchos otros extranjeros.

¿Qué libro nos recomendaría leer?

Para ser coherente con los autores mencionados anteriormente aconsejaría: Mi Pueblo, cuentos de Conrado Nalé Roxlo. La obra completa de Joaquín Giannuzzi, poesía. El cuento "Una flor amarilla", de J. Cortázar (para empezar nomás). La desesperanza, de José Donoso, novela. El hombre del castillo, de Philip Dick, novela. Toda la obra poética de Miguel Hernández. El extranjero, novela de Camus. El Palacio de la Luna, de Paul Auster, novela. Nueve cuentos, de J.D. Salinger (sobre todo esa obra maestra que es " El hombre que ríe". El astillero, de Onetti, novela. Toda la obra poética de Prevert y de Graves.

¿Cómo ha cambiado su lenguaje poético a través de los años?

A los 18 años escribía sonetos y alejandrinos con palabras muy rebuscadas y me consideraba un "superado", poéticamente hablando. Hoy mis poemas son lo que son.

¿Qué hace antes de escribir?

Antes de escribir por lo general ya estoy escribiendo, y antes... no me acuerdo.

¿Cómo ve usted hoy por hoy la industria editorial? ¿Como autor qué soluciones le daría a este problema?

Por lo menos en Argentina, donde vivo, no creo que podamos hablar de industria editorial si hablamos de poesía, dado que estaríamos suponiendo un mercado que, de existir, estaría sumamente atomizado y compuesto sólo potencial y mayoritariamente por los propios escritores de poesía que, como supongo, en promedio escriben más de lo que leen, leen más de lo que compran.Las soluciones para la difusión de estos autores (pero no para su mercadeo) creo que viene feliz y democráticamente de la mano de Internet.

¿Cree en los concursos o certámenes literarios?

Sí, claro. Hay concursos transparentes y otros donde al menos hay espacios disponibles al margen de los acomodos y/o apadrinamientos.

¿Qué opina de las nuevas formas de difusión literaria por Internet como revistas literarias, blogs, páginas sobre literatura?

Estupendo. Es un mar inabarcable donde uno puedo ahogarse sin placer, pero como todo mar, es preferible al desierto.
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MARTES, 13 DE JULIO DE 2010

Entrevista de la Revista "Con Letras se vive" por Jorge Rodríguez


-¿Qué cree que lo llevó a ser escritor?


Bueno, como dije alguna vez las ganas de parecerme desde muy chico a esos tipos que me hacían sentir escalofríos con lo que escribían. Empecé en tercer grado después de leer El gato negro de Poe y el Dr. Jeckyll y Mr. Hyde de Stevenson.

-¿Se puede vivir de la literatura?

Se puede vivir de la literatura, pero no es fácil. Algunos muy pocos pueden vivir de los libros que venden, otros de cosas relacionadas o devenidas del eventual o posible prestigio que pueden traer los libros que escribieron. Otros, la mayoría, no pueden. 

-¿Sus referentes literarios?

Cortázar, Donoso, Giannuzzi, Conrado Nalé Roxlo y mis amigos Alberto Ramponelli y Emilio Matei que leen todo lo que escribo. De los argentinos actuales me gusta sobre todo Marcelo Cohen.

-¿cinco libros que pueda recomendar?

Mi pueblo, de Conrado Nalé Roxlo
Este Domingo, de José Donoso.
Obras Completas, de Joaquín Giannuzzi.
El Palacio de la Luna, de Paul Auster.
En los límites del aire de Heraldo Cuevas, de Rogelio Ramos Signes.

-Si tiene que elegir… ¿poesía, cuento o novela?

Si tuviera que elegir una de las tres cosas, cuento. Parece ser el género más difícil, pero es donde me siento más cómodo. Sin embargo me gusta mucho escribir novela y poesía porque se me presentan como todo un desafío.

-¿Por qué piensa que lo cultural hoy no tiene el valor que merece? ¿Por qué cree que cada vez menos jóvenes tienen el hábito de la lectura?

Bueno, la primera pregunta la respondería diciendo que en algunos casos se ha postergado al pensador, al escritor, o al artista a un lugar poco visible, como si fueran personajes que están haciendo algo que no es de orden práctico, y es por eso que la cultura tiene poca visibilidad. Eso contestaría en parte la segunda pregunta: muchos jóvenes no tienen el hábito de la lectura porque no saben para qué sirve leer, ni lo apasionante que puede llegar a ser. Si comprendiéramos globalmente que leer te abre las puertas del mundo, incluso las del mundo práctico, y que leer puede resultar sumamente entretenido y estimulante, todos leerían.

-¿Qué le diría a una persona que comienza a escribir?

Que escribir es una forma de encontrarse con uno mismo en la búsqueda de las preguntas más interesantes que podemos llegar a hacernos. Y que de una manera u otra la literatura siempre paga, tarde o temprano. 

-¿Cree en la inspiración? ¿o es acaso la excusa del escritor perezoso?

Creo en la inspiración, pero también creo que se puede escribir desde la desesperación, desde la alegría, desde la paciencia, desde la curiosidad, desde la intención y fundamentalmente desde la vocación de escribir.

-¿Qué diferencias encuentra entre la literatura, la música y la pintura?

Muchas en la forma, muy pocas en el resultado. Creo que todo arte basa su definición en la capacidad que tiene de transmitir emociones y de transformarnos a través de la obra. Nunca salí de un buen libro, de un buen disco o de una buena muestra siendo el mismo. 

-¿Un sueño?

Uf, muchos: Qué nos dejáramos de joder y que hiciéramos del mundo algo menos banal, y para eso empezaría por educar y erradicar el hambre (como si fuera fácil, ¿no?) En lo particular, que los lectores me reconozcan por mi trabajo y no por otras eventualidades, cosa que de a poquito voy consiguiendo. Ah, y que mis hijas se transformen en buenas lectoras, no concibo una mejor forma de pasar por la vida.

-¿Algún libro por presentar?

Muchos. El último fue Metano a principios de 2009 y anduvo muy bien. Este año estoy buscando editor para mi segunda novela, fundamentalmente. Por ahora me gana de mano Belén Francese.
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Encuesta para Perros Sueltos, por Luis Barroso

Entrevista a Walter Iannelli para la revista Perros Sueltos, por Luis Barroso.


¿Fecha y lugar de nacimiento?

Nací en Haedo en el 62.

¿Un narrador?

El chileno José Donoso.

¿Un poeta?

 Joaquín Giannuzzi.

¿Libros publicados?

Publiqué Alguien está esperando, cuentos, Sanpaku, novela (Premio Fondo Nacional de las Artes y Premio Municipal de Bs. As. novela editada bienio 2002/3), Zumatra y la mecánica de tu corpiño, poesía y Metano, cuentos.

¿Qué trabajos realizaste en tu vida?

Trabajé de cadete, administrativo, albañil, director técnico de un laboratorio óptico (egresé de la universidad de Morón en el año 82), tarjetero y bailarín en Pinar de Rocha, canillita en mi propia parada de diarios, editor, asesor literario, lavandero en mi propia lavandería, negro literario, gestor cultural y a veces escritor, entre muchas otras ocupaciones gratificantes.

¿Club de fútbol?

Soy de River, fui de San Lorenzo y simpatizo con el Gallito de Morón.

¿Es posible recibirse de escritor en un taller literario?

Un taller por sí solo no alcanza. Hay que leer como un condenado y escribir todo lo que se pueda.

¿Creès que el escritor es un ser especial, con algo que lo diferencia de los demàs?

Todos nos diferenciamos por algo. Eso no quiere decir que haya oficios supremos ni nada por el estilo.

¿Vos fuiste a algùn taller literario?

Muchísimos. Allí aprendí lo que sé de teoría literaria, y leyendo claro.

¿En què se diferencia el taller literario de un grupo de solos y solas?

En que además de poder levantarte a alguien podés aprender a escribir un cuento.

¿Existen diferencias entre un taller y la carrera de letras?

Sí. La carrera de letras tiene un programa sistematizado. Un buen taller y un buen coordinador desarticulan ese programa en función de las necesidades de sus discípulos.

¿En què momento un tallerista se transforma en un escritor, digamos, profesional?

En el momento en que se toma en serio su trabajo.

¿Joroban mucho las faltas de ortografìa?

Si se quiere escribir en serio, sí, absolutamente.

¿Què metodologìa utilizàs en el trabajo tallerìstico?

Sobre todo lectura y crítica (honesta y fundamentada). De ese trabajo van saliendo las puntas mediante las cuales se articula el trabajo teórico. Es decir, que si un cuentista no encuentra, por ejemplo, la voz narrativa, eso da pie para hablar del tema y revisar cómo han resuelto las mismas cuestiones otros escritores y llegar a diversas conclusiones.

¿Creès haber encontrado alguna vez, entre los talleristas, algùn futuro prócer literario?

Sí, algunos.

¿Es posible vivir de la literatura?

Sí, al menos con cuestiones ligadas a ella. 


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Reportaje para la revista Artes y Letras, por Juan Núñez


Reportaje a Walter Iannelli, para la revista Artes y Letras, por Juan Núñez (Agosto 2007).
¿A qué momento de tu vida, literariamente, y por qué, te gustaría volver?

Si la pregunta es a qué momento “literario”, diría que es una pregunta que en una de esas debería responder alguien que pudiera volver de momento literario alguno. Yo aún creo que estoy de ida, es decir que si hablamos en términos literarios, aún no he llegado a ningún lugar del que pudiera volver. Más bien me gustaría seguir yendo. Pero quizá me estoy complicando con la pregunta: quizá se supone que debo decir “literariamente” a qué momento de mi vida quisiera volver. A la tierna infancia, a la adolescencia desenfrenada, a la incipiente madurez llena de proyectos. Pues bien, soy un tierno infante, un adolescente desenfrenado, sólo que se me pasó el tiempo muy rápido y cambiar cuesta mucho. Todos tenemos un Dorian Gray adentro. Sin embargo, aunque la tentación de imaginar la posibilidad de volver a la infancia, por ejemplo, resulte muy grande, me daría mucho miedo hacerlo. No porque esté demasiado contento con mi vida, ni ninguna de esas cosas. Simplemente porque uno va dando pasos, pequeños, largos, sucesivos, hasta ser lo que uno es hoy día. Y si volviera, podría volver a dar pasos pequeños, largos, sucesivos hasta llegar a ser algo que no es lo que soy hoy día. Sería otra persona ¿Y qué sería de mí, el que soy ahora, si resulta que termino siendo otro? Ya no existiría. Entonces prefiero seguir existiendo

¿Qué tiene que suceder en vos para que te sientes a escribir?

Tengo que estar descansado, abatido, con la libido baja, alta, feliz y a punto de suicidarme. Como diría Juarroz, y aunque suene un poco retórico y mis amigos se caguen de risa, trato de “vivir en estado de poesía”. Claro que eso no significa subir al colectivo y pedir cien gramos de mortadela. Soy un tipo normal, tengo tapa en el inodoro del baño y me gustan los helados de Freddo, aunque prefiero ahorrarme la guita y cambiarla por tiempo libre para tomar mate y rascarme la panza mientras miro por la ventana. Eso quiere decir que al margen de ciertos quilombos mentales tengo cierta escala de valores que me permite discernir entre las cosas que tengo ganas de hacer y las que no, y las conveniencias de hacerlas y no hacerlas. De modo que ya estoy en la etapa de por lo menos amonestarme cuando me descubro encontrando excusas estúpidas para no hacer lo que tengo ganas, por ejemplo, escribir. En otras palabras, trato de ser coherente con lo que pide mi cabeza, cosa que parece de perogrullo pero que sorprendentemente no lo es: conozco un montón de gente que declara bajo juramento que lo que más desea en el mundo es escribir y vive inventándose asuntos para no hacerlo.

¿Corregís, tirás, o tratás de recuperar de alguna manera lo que hacés, o no?

Últimamente no tiro nada, pero eso no quiere decir que lo que no tiro me parezca bueno. No tiro porque tengo la sensación de que entre ese montón de letras está eso que quise decir y que si lo miro de vuelta, fijamente, por un término que pude variar entre un minuto y tres años, es probable que encuentre el agujero por donde se me fue aquello que quise decir y así meter la mano tientas a ver si puedo encontrarlo. Como sugiere Paúl Auster en “El palacio de la Luna”, es en el papel donde uno recaba la dimensión de la verdadera distancia entre el cerebro y la boca. Hay que tener valentía para pretender ser escritor (me refiero a los que pretenden serlo en serio): es mucho más dulce quedarse con la idea, el fulgor, el eco de la idea en la cabeza. Cuando uno la quiere llevar al papel se da cuenta de los límites, como cuando se despierta de un sueño con la sensación de acordárselo todo y al momento de contarlo nota que apenas recuerda lo concreto, jamás aquello sustancial y suprafísico que sostenía las emociones.
Por eso también corrijo o rescribo mucho cuando algo no me gusta. No por una cuestión de purismo, aunque creo que si alguien quiere escribir debe dominar la herramienta. Sino porque busco en esa búsqueda aquello que quiero decir (nunca lo que ya sé que digo, sino aquello que no sé que voy a decir, aquello que no sé ni siquiera que sé), tirando de la idea, hasta que la idea empiece a tirar de mí, como dice Dolina.
En este punto debería sentar postura: No creo que se pueda escribir sentado sobre la suposición de la escritura espontánea. A algunos autores un buen cuento les lleva 20 minutos de tipeado porque tienen 20, o 30, o 40 años de oficio: pero a no engañarse, ese autor no escribió el cuento en 20 minutos. Lo escribió una y cada vez que corrigió textos anteriores. Querer escribir un buen texto sin haber reescrito 5 o 10 años (o por lo menos haber escrito 5 0 10 años, teniendo en cuenta que a veces rescribir es tirar y escribir otra cosa –que, no nos engañemos, será siempre la misma-) es como creer que porque tengo el diccionario en la mano no me van a faltar palabras.

En estos momentos sos el responsable del área de letras en la Dirección de Cultura de Morón. ¿Eso facilita o dificulta tu labor de escritor? ¿Qué te exige?

En términos generales la facilita. Hago lo que me gusta, o por lo menos cosas relacionadas con lo que me gusta y me pagan por ello (lo que en un momento me pareció obsceno, como diría Abelardo Castillo, y hoy me parece muy propio). Me muevo con cierta flexibilidad y la gestión, que entiende que un tipo que quiere escribir requiere de algún apoyo logístico para los asuntos prácticos, hace todo lo posible por entender que mi mayor preocupación está puesta en los contenidos, más allá de las cuestiones administrativas de rigor.

¿Cómo ves la situación de la literatura, a partir de las figuras consagradas en el ámbito nacional, los nuevos escritores, y el movimiento literario en nuestra zona?

Esta cuestión debería zanjarla en una o dos enunciaciones pero seguramente me llevará un tratado. En el ámbito nacional, como cualquiera podría notar, no están todos lo que son, ni son todos los que están. Quizá nunca hubo tanta diferencia entre términos como fama y prestigio. Un amigo con mucho criterio me decía hace unos días: “es notable, ahora no alcanza con ser sólo escritor para ser escritor”. Claro, ahora para ser escritor debés antes que nada ser periodista, modelo, corredor de autos, asesino, cirujano plástico famoso y haber almorzado por lo menos una vez con Mirtha Legrand. Si sólo sos escritor, aunque seas bueno, apenas estarás alcanzado por los beneficios del prestigio, que redunda en tres o cuatro líneas cada vez que publicás un libro y el reconocimiento callado de algunos pares y críticos que no dudarían en llevarte en andas si hubieras aparecido en televisión cortándole las uñas a Guido Suller. El criterio de las dos o tres editoriales grandes y multinacionales es el mismo. Es notable como un mercado que debería regirse en un mundo propio, es decir el de los libros, se rige por uno paralelo, que instaura una realidad propia, como es la televisión.
Para la gente con prestigio quedan los premios nacionales y oficiales que vendrían a ser la palmada gubernamental al ilustre desconocido. La tele se llena de periodistas, de filósofos y de sicoanalistas que de pronto devienen en escritores ganadores de rutilantes y oscuros galardones, que no hacen más que confirmar la teoría de mi amigo: “ser escritor parece ser lo de menos para ser un buen escritor”.
Los nuevos escritores son sólo eso, nuevos. Y después están los otros que no son tan nuevos y los llaman los nuevos escritores una vez que los descubren (y los pobres tipos hace años que vienen construyendo una obra).
El movimiento literario en nuestra zona es increíblemente grande, pero no escapa a las generales de la ley. Mucha gente que escribe, un poco menos la que lee, algunas figuras como para tener en cuenta, mucho presente joven, un incierto futuro. Porque no olvidemos que para sostener el oficio de escribir hay que trabajar, muchas veces en soledad, leer entre diez y treinta veces más que el promedio, escribir como un loco y sostener ese trabajo durante los años suficientes para que cuando llegue el talento (y no la notoriedad) nos encuentre preparados.

¿Qué criticarías, si lo consideras criticable, en nuestra cultura?

Cierta cosa decadente que es muy marcada en los últimos tiempos: la música de rock, salvo honrosas excepciones es barata y fácil, los letristas tiene pocas luces, la literatura muchas veces cifra sus expectativas en el mero argumento y cuesta encontrar una doble lectura inteligente (el único registro válido de la verdadera literatura), algunos artistas plásticos se han vuelto tan experimentales que necesitan de elementos externos a la obra para explicar sus contenidos, ciertos autores de teatro pierden de vista la escena en pos de decir lo que tienen en la cabeza antes de empezar a escribir la obra y Julio Bocca es noticia porque salta un charco en una propaganda de Yogurt, pero quién sabe cómo carajo se mira el ballet, porque a muy pocos le interesa. Y sobre todo, en líneas generales creemos, en esta nueva modernidad argentina, que se puede ser bueno sin esfuerzo, que todo da lo mismo, etc. La gente a veces me pregunta ¿así que usted escribe cuentos?, sí, constesto. ¿Y le gustan a los chicos?

¿Qué considerás necesario hacer en ese aspecto en nuestra zona?

Esto que estamos tratando de hacer desde Arte y Cultura, pero mucho más: generar espacios, abrir el estado municipal a todas las expresiones, acercarle a la gente cosas con valor, instalar ámbitos de debate y sobre todo escuchar lo que dice el otro.

¿En qué estás trabajando en estos momentos?

Corrijo una segunda novela, le doy los últimos toques a un tercer libro de cuentos, promedio un ensayo sobre la escritura y sigo haciendo mutar un libro de poemas, que ya he editado parcialmente, pero que cada vez se parece menos a lo que originalmente era. Pasé algunos años desesperado por editar, y ahora que tengo quien me edite o cómo hacerlo, no estoy tan apurado. Se publica mucha basura, de modo que no quisiera aumentar deliberadamente el volumen de los tachos.

¿De no ser quien sos, quién te hubiera gustado ser?

Me hubiera gustado ser Joseph Conrad, José Donoso, Julio Cortazar, y tener las patillas de Javier Calamaro. Engancharía con lo que venía diciendo antes: es una cuestión de identidad. A uno le preguntan ¿te gustaría ser Juan Pérez? Y supongamos que sí. Sin embargo a poco de empezar a jugar con la idea se descubre que es uno mismo quien quiere ser Juan Pérez y no ser Juan Pérez en el cuerpo y la cabeza de Juan Pérez, porque en ese caso ya seríamos el mismísimo Pérez y no nosotros mismos. Uno quiere ser como el otro y no “el” otro (“yo soy otro” no es lo mismo que “yo es otro” como decía Rimbaud). Sin embargo a veces uno termina siendo otro, “un desconocido de sí mismo”, como diría Octavio Paz de Pessoa, quien jugó con esos fuegos. Terrible e irresistible, como matarse en vida propia, en virtud del arte, o de la locura creativa: y es notable Pessoa significa persona en Portugués y viene de persona, máscara de los actores romanos (siempre está la idea, la sensación, de que aquello que somos no es lo que somos, o por lo menos no es todo lo que somos. De que hay otro afuera que sabe más que nosotros, o otro más viejo, más antiguo, como sugiere el mismo Paz en “La mirada anterior”, por ejemplo). En otros términos acá vimos cosas relacionadas realmente espeluznantes: el caso de los chicos apropiados por la dictadura. Te insuflan una vida, te hacen ir en determinada dirección y de repente te enterás de que tu vida tendría que haber sido otra, y que en algún lugar, simbólico o imaginario, esa otra vida se estuvo trazando abstracta y paralela, inalcanzable. Inalcanzable, porque en realidad, no hablamos del hurto de un brazo o una pierna. Si te chorean la identidad te hacen “parte del fenómeno”, y si estás adentro del fenómeno ni siquiera podés vislumbrar la posibilidad de haber sido otro: ya sos lo que sos. Y a veces resulta que sos una cosa terrible y te parece bárbaro serlo.

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sábado, 29 de diciembre de 2012

Una traducción de Silvia Senese para los angloparlantes o para aquellos que también gustan leer en inglés


KID PUT THE SMALL T-SHIRT ON  

If you go to read poetry, Kid
put the small t-shirt on.
Poetry is cold, Kid.
I know they say it warms the soul
but what a soul Kid at the bus stop
this winter five o’ clock in the morning.                                            
Put the small t-shirt on Kid.
And the gloves?
You take care of the lines that cut
you take care Kid of those pigeons
of the moon
of the wind
of the west wind Kid that bleeds to death over the
houses like a scarlet tide.
Kid: Didn’ t you think about the scarf?
They ’re soon going to blow ice to the neck
to whet the little word
to wring it as if it were your nape.
You know how those guys are Kid.
They shake hands with you, they applaud you and then
they send you back with an empty stomach.
And you didn’ t eat me anything before leaving.
There I left you the potatoes and peas stew.
  
If at least you took your deceased father’s anorak
or the overcoat. But you leave without giving me a kiss
Kid.
How many times I’ ve told you have to put on the right road
Study law, get a girlfriend who at least
won’t be drunk on Sundays.
But Kid, you stroll with those who live of nothing
spinning the letters.
Where did you see the gleam of the infinite cosmos?
Since when the fire is a prepubescent blaze?
Tell me Kid, don’t go yet.
You should have put the shoes with the rubber sole on
Let’s see if so much magnetization, if such a voltage electrocutes you.
But Kid: Didn’t you see I’m alone?
That momma needs you more than the whole dictionary?
That noone at the academy or at the SADE is going to cover you up at night?
We can play Buraco, finish the strudel
watch sábados continuados beside the small rock crystal heater.
For what the double meaning
the metaphor
the synecdoche
the metonymy, Kid
if you return to me with a cold?
For what the paradox, Kid, the free verse
The alliteration, the ellipsis.
For what serves the otherness
or the mistery of death?
If everything is so simple as when you leave naked
because you live a worn out reality.
That is what they call poetry?
Come here, Kid
That momma is going to make you a soup with Manón cookies in the tea with milk.
Don’t be a fool
world should be small
world is not conquered by enlarging it with sense
nor folding, or sticking it
not even trying to break it.
The world is, watch this Kid I’m saying,
the world is like the small drawer in your wardrobe.
Like this, square, at the end of a bedroom
in your own house, with everything you need.
Come here Kid, here is your small new t-shirt.
Look at it how nice.
I bought it to Don Samuel in two payments
Put it on Kid.
I don’t want you to be cold.


Notes
The academy: Academy of Letters
The SADE: Argentine Writer’s Society
Buraco: A rummy-type card game for four players in fixed partnerships in which the aim is to lay down in groups of cards of equal rank and suit sequences, there being a bonus for combinations of seven cards or more.
Sábados continuados: A 1964 TV programme conducted by a well-known journalist named Antonio Carrizo.
Manón: Sweet cookies sold since 1960 by one top selling brand of cookies and crackers in Argentine.

viernes, 13 de abril de 2012

Una reseña de La invención de lo real en la revista Los Asesinos Tímidos, por Marina Arias

LA INVENCIÓN DE LO REAL

de Walter Iannelli
Simurg, 2012
por Marina Arias

(también se puede leer en el blog de la revista haciendo clic en el título o aquí)
http://asesinostimidos.blogspot.com.ar/2012/04/la-invencion-de-lo-real-de-walter_12.html

Hace tiempo tengo la sospecha de que los epígrafes de los libros no suelen ser otra cosa que un gesto snob, una cita pretenciosa con el único objetivo de alimentar la idea de que en materia de lectura los buenos escritores están un escalón más arriba que sus mundanos lectores. (Y quién de nosotros no sintió una ráfaga de vanidad por sentirse parte de una camarilla exclusiva que conocía alguna frase citada, ¡la mar de las veces en otro idioma, preferentemente en francés, ¡par dieu!…)

No es el caso del epígrafe que Walter Iannelli eligió para encabezar La invención de lo real, su nueva novela. La frase es de Galileo: “Lo real sólo se descubre inventándolo”, y es la primera pista de lo que Ianelli verdaderamente abordó en las 165 páginas del libro.

Dentro de la historia que cuenta andan dando vuelta tres títulos: “La creación de la realidad”, nombre del último libro de Patiño, un repugnante autor de bestsllers que es uno de los protagonistas; “La inversión de los términos”, un intento de hacer justicia literaria por parte de Calvo, el otro protagonista, quien detesta al exitoso literato; y finalmente, “La invención de lo real”, el título que a Patiño se le ocurre al final del libro, cuando Calvo ya… (pero, ¡¿qué me pasa?!... llevada por el entusiasmo analítico casi develo la trama…).

Ése es el giro (tan semiótico como existencial) que propone Iannelli en esta novela: el que se produce al cambiar la idea de “creación” (una palabra que siempre suena solemne, quizá porque no puede despegarse de la idea de lo divino, y que sugiere que la obra en cuestión cuenta con un proyecto que al mismo tiempo que la guía la contiene) por la de “invención” (una tarea muchísimo más lúdica en la que –y quizá, si llevamos el razonamiento al extremo, sólo en la que– el hombre, tiene la posibilidad de ser libre).

El libro de Iannelli echa luz sobre ese giro, y sobre el cambio que se produce en el sentido –tanto del mundo como de la vida– cuando se abandona la esperanza de habitar una realidad comprensible para empezar a pensarse como habitáculo de “lo real”, algo que no responde a ninguna explicación acabada (nota: sospecho que si Iannelli no es psicoanalista debe tener varios años de diván encima…).

La invención de lo real se desliza por los carriles del absurdo y lo desborda. El escenario es una Argentina “post algo” que nunca se explicita pero se siente horroroso. Buenos Aires ha sido convertida en un gueto del que sólo pueden irse algunos pocos autorizados, y lo de “autorizados” es central: porque en esta historia no hay rebeldía, hay una aceptación de lo instituido que más que una resignación política parece la asunción de la fatalidad existencial a la que no podemos sustraernos (“Calvo sintió que a él ahora le pasaba eso. No de la misma forma pero análogamente. Él había estado corriendo delante de las cosas por tanto tiempo, sacándose las hilachas de los zapatos y ahora veía que esas cosas se le subían por las rodillas. Que ya no era posible correr delante o detrás del rebaño para intentar corregir su curso como un pastor desbocado. Ahora estaba dentro del tumulto de patas. Ahora el rebaño estaba dentro de uno y uno era ese rebaño y debía ser consecuente con eso, con las ovejas que supimos conseguir”).

La novela alterna el punto de vista de los dos protagonistas: el de Patiño, un escritor que hizo carrera gracias a los contactos con un grupo que alguna vez puede haber sido un partido político pero ya no es más que una secta tan paranoica como inhumana; y el de Calvo, un hombre asqueado de todo, convencido de que la culpa de la pérdida de su paraíso la tienen los libros de Patiño y dispuesto a todo para detener sus dañinos efectos en el mundo. El texto además cuenta con guiños sobre el canon literario occidental (el escritor es manco, hay dos mujeres que se echan a perder por culpa de la lectura…) y se guarda para el final un pliegue metatextual y paradójico.

Empecé está reseña con una sospecha que tengo hace tiempo, y la termino con otra que me despertó la lectura de La invención de lo real: el absurdo, cuando está impecablemente logrado como es el caso de esta novela de Iannelli, al abandonar cualquier pretensión de simbolismo y de lógica narrativa, provoca sensaciones mucho más epifánicas sobre el (sin) sentido de la existencia que cualquier texto que se proponga captar y compartir eso mismo con los recursos y las reglas del relato realista.