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sábado, 13 de octubre de 2007

Algunos otros poemas de Zumatra y la mecánica de tu corpiño

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Poema mínimo para mi sicoanalista

Por ansiedad
gozo
todos los días un poquito
por no poder
o no saber
esperar
el goce completo.

Y entonces algún día moriré
de sobredosis de abstinencia.

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La Mecánica de tu Corpiño

Conocer
con los ojos cerrados
la forma en que el mundo opera
es un suave secreto.
Decreto que en su mera operación
descifra la enjundia
la oscuridad de esos ganchitos
guardianes
ante la ley de tu espalda.

No hay mejor modo que
con los ojos cerrados.
La mecánica y la física en la sublimación
de pequeños metales incandescentes
negándose a liberar
las fuerzas ocultas de tu universo.

Mis dedos no ven.
Todo es olor
humedad
viento fresco que mueve las cortinas
en la ventana.
Será la imposibilidad
un roce de tela sobre piel
un ciego que disfruta ser visto.

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El carnicero de Zumatra

De día atiende una carnicería de barrio.
Corta milanesas
reniega con la grasa del asado.
Despacha el camión del matarife.
De día
malogra los mejores cortes
se mancha puerilmente con sangre
escucha a las viejas quejarse
de que el bofe para el gato
está abombado.

De noche escribe poemas en el lomo de las vacas.

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"...el silencio profundo sobre todos los puentes..."
Jacobo Fijman

Ficticia liberación de Tántalo

En el silencio
una calle vuelve de una noche sin regreso
tres baldosas han transcurrido y tu boca
brilla en la piedras.
Pero sí
no hay otra manera de besarte.
Ahora que todo tiene nombre
boca
memoria
ahora que puedo nombrarte
no te nombro.

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El mentón del cinocéfalo

Mi hija encuentra por ahí
un pequeño auto de juguete.
Lo sostiene
muerde las ruedas macizas
chupa las partes metálicas como si
se tratara de una galletita y le inventa usos
que le roban al aparato su proba y febril utilidad.
Ella no sabe
a qué atribuir mi extrañeza
cuando veo cómo, en sus manos
ese pedazo de historia de la humanidad
va perdiendo jurisprudencia sobre sus formas.
Ella no sabe
que la observo en su más perfecta belleza
llena de la efímera ignorancia
que el tiempo irá reemplazando
por geométricas leyes del conocimiento urbano.
Ella no sabe, y hace bien.

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Los consorcios de Zumatra

Un hombre alquila un local en un edificio.
Pone un negocio. Trabaja trabaja trabaja.
Guarda el dinero ganado bajo cerrojo
en una pequeña caja empotrada en la pared que da al patio.
Desde el balcón del cuarto piso
un vecino ocioso en camiseta
meta mate
aprende sus movimientos
lo ve resuelto
a cada rato
a confirmar la fortuna que se acumula en la gaveta.

No hay inquina. No hay codicia.

El de arriba se rasca los sobacos y vuelve al aprendizaje
el de abajo repite su acto varias veces al día.
El de arriba tiene un malvón rojo en una maceta
el malvón se muere, resucita, de acuerdo al sobrante de
agua en la pava.

Un día la maceta se eleva en las manos que acaban de dejar el mate
y se detiene en la cornisa descascarada del balcón.
El de abajo parece que trabaja.
Sigue saliendo a cada rato.
Mete la guita. Cierra con llave.
No hay inquina.
El malvón cada vez más cerca del vacío.
No hay codicia.
Otro día el de abajo sale y el de arriba le da el último
toquecito al destino.
El malvón vuela y vuela la maceta.
En el vértigo de la caída
la belleza de la flor se aminora
aumenta el peso específico de su continente.

El de abajo se despatarra llave en mano. Finado.
El de arriba siente que no ha podido evitarlo.

El detalle del dinero será un ardid
para que el de abajo salga al patio
suavizar el mensaje fatalista.
Pero el del mate: ¿Por qué mata?
Quizá porque estaba a mano hacerlo.

No hay inquina. No hay pasión.
Apenas lo indefectible.
Cosas que a simple vista parecen querer
cerrarse tarde o temprano.
El consorcio prohibirá flores en los balcones.

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Misterios de lo sólido y lo gaseoso

Te confieso:
no sólo la vida no es lo que soñamos
sino que
a veces
los sueños
ni siquiera son lo que queremos soñar.

Te digo:
me mentiste
como sólo miente la verdad.
Pensé que eras un pedo
y con una sonrisa a flor de labios
me cagué.

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El repasador de Mamá

Mamá hizo pollo al horno y se limpió las manos.
Si la historia del mundo está en la manija de una taza
el universo vive en el repasador de la vieja.
Un choque de Galaxias
un caldo primordial
la representación del total
en un cuadrado de tela.
(¿El ojo de mi hija visto por el Dr. Umpiérrez
a través de una lámpara de hendidura?
¿El ventilador centrífugo que convierte lo chico en lo grande?
¿La piletita centrípeta llevándose las miguitas,
haciendo de lo grande lo chico?
Iguazúes que se comen la ceguera
la luz.
Una gota de sangre que de pronto es la pared roja
donde cuelga tu foto de casamiento.
Un mundo adentro de otro.
El dinosaurio Barney naciendo en el útero de una hormiga.
La ecografía de esa hormiga que pisó la cabeza de Dios.)
El repasador de mamá.
Qué grande la vieja.

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Memoria de la Carne

Pongo carbón
papel
y enciendo el fuego.
Después del primer vino
flota en el aire
-a la luz del hierro caliente-
el olor a grasita chamuscada de viejos asados.
Fantasmas que en su gotear
son
el perentorio ahora de mi nariz

domingos o lunes o jueves
que se funden en el aire
en el acto único de mirar las chispas
teofanía del presente.

No hay nada que decir del tiempo.
Parece que se mueve
pero se queda ahí
por ejemplo
agarrado a los fierritos de una parrilla.

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miércoles, 18 de abril de 2007

Cine de los ojos cerrados


(de Zumatra y la mecánica de tu corpiño de walter iannelli)

Luz y pasto verde
en la casa de tío Vicente y madrina Bárbara.
La mesa de madera rústica al fondo de la casa
bajo el alero
el pan, las sillas de paja.

Las gallinas picotean la tierra
los caballos duermen parados contra los árboles.

La calma es azul y el tío Vicente levanta en su brazo
la mulita despellejada.

—Decile a papi que es conejo, si no, no va a comer —me dice mamá
y yo asiento con la cabeza.

Por el hueco de la puerta veo a mi madrina poner
leña en el hornillo de barro.
Sus manos se mueven aquiescentes
como el agua de lluvia que el viento inquieta
en el fuentón de lata.

Mi viejo se sienta a la mesa
juega con un pan
le saca la miga

todo el fulgor del mediodía
nos acusa
en el mantel
en los sonidos del campo que de tan nimios
parecen desgarrar un himen.

Mi hermana no quiere complicidades.
Va a ver si los higos están maduros.
A mí me perturba que un bicho cambie
de identidad en la cacerola.

Mentiras que nos dice la muerte.
Mamá corta queso y salame
el tío viene con las manos limpias
me acosa con un juego de naipes.
Y entonces la distancia me mira
como los gauchos de las fotos

puertas abiertas por donde entra frío
babas del diablo.

Madrina ríe con mamá
risas tan parecidas
vértice de una felicidad que
vuelve
siendo otra.
Y papá aburrido de cavar túneles en el pan
pregunta por el conejo.

—Una vez comí conejo. Creo que me gustó —dice.

La luz se apaga
siempre
en los mismos instantes.
Y vienen los títulos.