lunes, 1 de noviembre de 2010

El poema como acontecimiento


Un fragmento de un reportaje de La revista La Guacha a Joaquín Giannuzzi en 1999.

(...)

En su caso hay una constante: la crudeza de los finales donde los poemas se resuelven, con una visión crítica.
Es cerrar el poema. No me gusta la imprecisión en el desarrollo del poema, debe haber cierta coherencia entre las partes. De hecho se pueden hacer poemas deconstruidos, donde el sentido aparece errático, en un extremo del poema, después se suspende, luego se descubre al final. Lo mío es una especie no de reflexión, porque no es un pensamiento visible. Este debe estar diluido en la imagen. Creo que hay que suscitar el pensamiento en el lector. (…) A mí me gustan los finales que cierran no diría con una reflexión sino con una visión del mundo, dando la sensación de un todo acabado. Pero supongo que un poema no debe terminar nunca. Gombrowicz habla de la necesidad de lo inacabado de lo imperfecto, como uno de los objetivos del hombre. Pero más que un cierre, diría que al final de mis poemas hay una resolución.

Esos finales ¿no engañan la ilusión del poema descriptivo, no la contradicen?
Sí pero yo no busco en ese caso la descripción. A mí me funciona esa visión dentro del poema, así que no puedo hacer nada.

¿Y por qué son pesimistas en general, esos finales? Una decisión de no ahorrarle nada al lector.
No quiero simplificar. Desde mi punto de vista diría que soy un pesimista jovial, en todo caso, no solemne. Eso proviene de mi temperamento, de mi visión de la condición humana. Y todos sabemos el espanto que nos ha tocado vivir. La realidad de la época a mí me impregna, en mis poemas aparece mucho la época, la palabra misma incluso. Todo poema revela un poco el drama de la época. Incluso en aquellos donde el tema parece intemporal. Llevo la impronta de una infancia carenciada. No me quejo pero eso me hizo un resentido; se me negaron oportunidades. Tengo una cultura periodística, un poco fragmentaria. Aunque esa carencia pudo haber operado como estímulo, pero no fue así.
(…)

El poema es una especie de equilibrio entre varios elementos ¿no?
Un poema es una especie de acto sinfónico. Personalmente corrijo mucho. Es raro que un poema salga de un tirón. Si el poema necesita mejorarse y uno vuelve y vuelve sobre él, es porque está fracasado. Hay que sumergirse en un mundo de particularidades, apoyarse en las cosas, y hablar como si la palabra estuviera en un estado más cercano a la cosa nombrada, como si se obtuviera una palabra en estado naciente, es decir, un lenguaje originario. Hay que escuchar las cosas, sólo así el poema puede ser un acontecimiento y no el registro de un acontecimiento. La abstracción, como la inteligencia, lo discursivo, puede matar el poema, si no se la pone en función de la forma. Noto un poco en la poesía actual la despreocupación por la forma y el rigor. Todo poema tiene que ser una lección de rigor.

Esa falta de rigor ¿es producto de un postulado estético o simple ignorancia?
Yo hablo de una despreocupación por la forma. Hay poemas que aparecen muy embrollados. Parten de una poca claridad de visión que se traduce en una poca claridad expresiva. Por eso se incurre a menudo en el solipsismo. Pero ese no es un rasgo general en el panorama de la poesía joven.

Siempre hace ese juego. Primero tira el juicio y después se matiza, o mitiga el efecto de lo que dice.
Lo que quiero decir es que no cumplo con mi preceptiva personal. Mi obra desmiente un poco los ideales de mi poética. Y eso quiere decir que por más que me empeño no lo consigo. Tiene que ver con los mecanismos secretos de todo acto creador. Quién puede saber los resortes secretos que se movilizan allí.

¿La deficiencia no está en la herramienta?
Pero justamente, el genio poético consiste en saber manejar la herramienta o manejar la herramienta adecuada. Creo que a algunos de mis poemas, les falta el elemento que es la. extrañeza, una atmósfera, un clima. Mucho del pánico ante la página en blanco proviene de que uno se encuentra ante el drama de la expresión, de quedarse a solas con el lenguaje. Estoy ahogándome en un pantano de millones de palabras que están a mi disposición y frente a alas cuales debo ejercer mi libertad de optar. Tengo el temor de naufragar en ese mar, que no es precisamente el mar de Leopardi. Y debo elegir entre las palabras. Eso me produce una especie de terror que puede ser el terror a la libertad absoluta, el no saber qué hacer con ella.


¿Cómo ha sido su experiencia personal con la historia?

Fui periodista durante muchos años, y me tocó vivir en el corazón llameante de esta época como testigo directo de golpes de estado, revoluciones, huelgas generales, asesinatos, hasta que se llega al horror de los 70. Compartí utopías, que no perdí, aunque las mantengo por desesperación. Tengo expectativas, porque creo que a lucha va a seguir, no me refiero sólo a la lucha de clases, aunque está siempre implícita en cualquier poesía.

¿La lucha de quiénes contra quiénes?
Por supuesto, los pobres contra los ricos; los ricos contra los pobres. Para hablar en términos crudos y primarios. Es obvio que este combate llega desde el fondo de la historia. Es un drama creciente que abarca eras incalculables. Me tocó ver la historia en su mayor horror y violencia. Algo de eso impregnó algunos de mis poemas. En ciertos casos he tratado intencionalmente de registrarlo, la intención de referenciarme en la realidad. A veces elijo una situación emblemática. Un poema de que empieza describiendo el hecho de que a altas horas de la noche tocan el timbre a la casa de uno. Aparte de sentirse vagamente culpable, si a esa hora suena el timbre es porque la policía está detrás de la puerta. La palabra policía aparece mucho en mi poesía; por lo demás es notorio su protagonismo en las calles de nuestro tiempo.

“Tiroteo en la noche” es un poema bastante explícito.
Sí, la violencia, la represión. Siembre hay una bala que lo está buscando a uno. Hay referencias demasiado explícitas en ese poema. La otra pregunta es si ese horror debe entrar en la poesía. La narrativa le ha dado bastante lugar, pero en poesía no lo veo tanto. Habría que evitar el alegato o el panfleto, aunque de hecho puede haber panfletos geniales. Otro es el caso de Paul Celan, que expresa un estremecimiento como testigo del horror, un poeta de los puros, hermético, terrible. Como su vida, su suicidio.
(…)

En los narradores argentinos, el periodismo ha ejercido una gran influencia. Es usted poeta, ¿cómo influyó esa profesión?
Creo que de ninguna manera. Me he pasado la vida frente a la máquina de escribir, pero el periodismo es ajeno al ejercicio poético. Diría que el periodismo mira, la poesía ve. Claro que esta es una observación simplificadora y superficial. Creo que pudo haber influido en las frases lineales y ciertas temáticas obsesivas como los accidentes, que me preocupan menos en sí mismos que por el azar, las maniobras del destino. Ahora, hay páginas periodísticas que son bellas. Y esa también es la finalidad última del poema.

¿La belleza?
Por supuesto. Además como una puerta posible para acceder a un conocimiento superior. Quizás impulse a instalar una fe en lo desconocido.
(…)

¿Se ha tenido que privar de escribir?
He atravesado experiencias terrible en lo personal. Necesito para escribir cierta paz espiritual, si tengo una preocupación aunque sea mínima, me paralizo. No coincido con la idea de que se escribe desde el dolor, que a lo mejor está ahí, callado pero obrando. Esas experiencias terribles han enriquecido mi espíritu pero no sé si han mejorado mi literatura. También es un lugar común decir que se parte de la experiencia. Pero ocurre que hay diversos niveles de experiencia. La experiencia del mundo, de lo histórico, es diferente a la experiencia que uno moviliza en su interior. A lo mejor desde el encierro en una habitación oscura, sin tener contacto con la realidad sensible del exterior, puede brotar la poesía. A la larga, uno siempre se queda a solas con el lenguaje.


¿Y cuándo empezó a pulir esas influencias y tener un estilo, tonos, o acentos propios?

Yo creo que no tengo tal acento propio. Algunos creen ver alguna personalidad pero me considero, como dije muchas veces, un poeta standard.

Eso es falsa modestia.
Parece una pose, ¿no? Pero a mi edad me niego el derecho de equivocarme respecto a mis juicios sobre mis propios poemas. Es una especie de cortesía para con los demás. No me considero un poeta importante, eso es todo.

¿Y a qué adjudica entonces su influencia?
Eso es una cosa que no puedo entender. Allí debe haber un malentendido grueso. Yo no lo advierto. No creo tener esa influencia. ¿Qué me contás entonces de la influencia que ejerció Pizarnik? Todavía hay vestigios. Y Gelman, Madariaga, Lamborghini, Biagioni, Alonso, tienen sus seguidores. ¿Pero se nota mi influencia en la poesía que hacen algunos jóvenes? No lo noto para nada.

Ese es otro problema. ¿No pretenderá que se lo imite descaradamente? Se trata de buscar la propia voz.
Bueno, pero entonces ¿dónde está la influencia?

Tal vez a nivel de lectura y no de escritura.
Y tener un referente ahí. Todos lo hemos tenido.

¿Le molesta que lo referencien de esa manera?
No, halaga mi vanidad si me queda alguna.

¿O le desagrada la calidad de las poéticas de los que lo reconocen como influencia?
Yo no creo que se esté escribiendo mal. Actualmente se está haciendo una poesía de tonos diversos, de gran variedad de registros: realismo delirante muy violentado, la irreverencia, crisis de erotismo, desarticulación. También alguna poética agonizante que parte de los signos y no de la existencia, con palabras típicamente abstractas e incoloras, ajenas al regodeo inmediato de las cosas. Pero se advierte también la presencia de lo cotidiano y un lenguaje coloquial de rica inventiva.
(…)

¿Qué debate le queda a la poesía argentina?
Le quedan todos los debates, incluso en un universo en bancarrota. Aclaro que termino esta entrevista, fatigado no por ustedes, ni por la poesía, sino por las reflexiones acerca de la poesía. Estuve en estado de alerta todo el tiempo, pues vivo en situación de duda. Hasta diría de culpa y castigos que inflijo a la poesía. Por lo demás, pido disculpas por las incoherencias de mis respuestas. //

Fuente: La guacha, Año 2 No. 9

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